miércoles, 4 de mayo de 2016

Manuel Harbin y la moneda de cobre de 1835

Leyendo sobre la moneda de cobre de 1/2 y 1 centavo (o 1/16 y 1/8 real respectivamente) de 1835 en el trabajo "Las monedas de Chile desde la conquista hasta hoy en día", de Arturo Fontecilla Larraín (1941) encontramos que uno de los impulsores de su creación fue don Manuel Harbin, comerciante español que publicó sus ideas al respecto en el diario El Mercurio de Valparaíso. La fuente utilizada por Fontecilla para redactar esa parte de su trabajo fue el libro "Recuerdos de 30 años" de José Zapiola (1871). Copiamos a continuación el texto completo de este capítulo del libro de Zapiola.



DON MANUEL HARBIN Y LA MONEDA DE COBRE   

Para indicar con exactitud las fechas que vamos a referirnos, habríamos necesitado recurrir a la Biblioteca Nacional: pero al escribir este artículo estábamos en vacaciones. Después de abierta, no hemos estado en disposición de hacerlo; sin embargo, por lo que aquí decimos, pueden buscarse estas fechas.
Advertiremos que casi todo lo que referimos es desconocido del público hasta ahora.

 Hace cuarenta y cinco años, poco más o menos, circula en Chile la moneda de cobre, cambiada últimamente por la de níquel, y es casi seguro de que ninguno de los que la usan saben a quién deben este beneficio, y mucho menos los sacrificios de todo género que costó al autor único de este adelanto.
Hasta esa época los valores que esa moneda representa lo eran por pequños pedazos de plomo, lata o suela, con el sello o nombre de los bodegoneros que la emitían y que eran cambiados por ellos mismos con mucha frecuencia, sin amortizar la que antes habían puesto en circulación.
Estas monedas, ya que es necesario darles este nombre, se llamaban señas o mitades y equivalían a un centavo y medio de nuestra moneda del día: por consiguiente, eran menos divisibles que estas, pues 64, que era la última subdivisión, componían un peso.
La moneda más pequeña de plata era el cuartillo o cuarto de real, que equivalía a tres centavos de la actual. El cuartillo era muy escaso y las mitades solo eran recibidas por los mismos que las sellaban; de suerte que su circulación era muy limitada y acompañada siempre del temor de un cambio de que usaban los bodegoneros a su antojo, y, como hemos dicho, sin amortizar las anteriores, que en este caso quedaban sin valor alguno.

Estos y otros abusos que omitimos hacían muy difíciles las transacciones  al menudeo, siendo, como siempre en estos casos, la victima obligada la clase pobre.
Todo el mundo se quejaba de este desorden, pero nadie indicaba el remedio. Pocos años antes la Municipalidad de Santiago se había dirigido, no recordamos bien si al Congreso o al Gobierno, con este objeto; pero nada se consiguió. Camilo Henríquez y don Manuel Salas escribieron también algo, en los primeros años de la revolución, relativamente a la moneda de cobre, pero sin resultado práctico alguno. El remedio vino, por fin, de donde nadie lo esperaba.

Entre los años de 20 a 24 llegó a Chile, de la República Argentina, don Manuel Harbin, comerciante español, que poco después dio punto a sus negocios por su mal éxito. Sin embargo, no abandonó este país en que se había arruinado. Concurría diariamente al café de Hevia, que por su situación, donde está ahora el palacio arzobispal, y otros motivos, era entonces el más concurrido.
Harbin era buscado por los concurrentes por su genio festivo y por su amena y chistosa conversación. Este café era el teatro de sus prédicas sobre mejoras de toda especie para Santiago; muchas de las que se han efectuado más tarde eran indicadas con empeño por él. Es la primera persona a quien oímos hablar de un túnel frente a la calle de las Agustinas, que debía comunicar la calle de Breton con la parte oriental del Santa Lucía, y, según sus cálculos y combinaciones, la obra costaría una cantidad relativamente pequeña.
Pero nada llamaba tanto su atención y por nada manifestaba más empeño que por persuadir a sus oyentes a poner un pronto remedio a la anarquía que reinaba en la moneda de última clase.

Después de más de dos años de discusión y de haber reducido al silencio a sus contradictores, se convenció de que nada conseguiría si no acudía a la prensa; pero, ¿cómo hacerlo? El no había escrito jamás un artículo de periódico. En Santiago no había más órgano frecuente de publicidad que “El Mercurio de Valparaíso”, que con gran trabajo facilitaba sus columnas a escritores acreditados, y los que esta circunstancia no tenían, acompañaban el valor del escrito, muy subido entonces.
A esto se agrega que ese único diario de Chile tenía muy reducida circulación; pues, fuera de los pocos números que recibía el Gobierno para repartirlos en Santiago y las provincias entre sus empleados, no contaba en la capital con más de doce o quince suscriptores. Dos o tres asistentes obligados y asiduos al mencionado café leían en alta voz, para poner al corriente del contenido de “El Mercurio”, o de algún otro periódico eventual, a los aficionados... Año, más o menos: estamos a fines del tercer decenio de este siglo. Algunos años más tarde (y después de algunos meses de fundado “El Progreso”, primer diario de Santiago), le preguntábamos al señor Sarmiento, su fundador, cuantos suscriptores tenía. Contestó: “Al principio tuvo como 200, pero después han disminuido”.

En esos días la conversación de Harbin se hizo agresiva, sin perdonar ni a las personas que habitualmente lo rodeaban, que no se daban por notificadas, por su conocida buena intención y porque al fin de la perorata había de venir un chiste que pondría a todo el mundo de buen humor.

Poco después apareció en El Mercurio el primer artículo sobre la urgencia de sellar moneda de cobre. Este artículo fue seguido a largos intervalos de otros. Fácilmente se calcula que la intermitencia de estos escritos no tenía otro motivo que los escasísimos recursos del que los escribía, que no era otro que Harbin, a costa de increíbles sacrificios.
No recordamos si encontró contradictores en la prensa, pero sí estamos ciertos de que en el Gobierno los tuvo tenaces y poderosos. Se recordaba lo sucedido algunos años antes en el Perú al emitir esa clase de moneda, sin fijarse en el gran desacierto que en este caso se había cometido, dando a la moneda de cobre un valor excesivamente subido y sin ninguna garantía segura por este exceso en caso de amortización. Harbin, sin embargo, no se desalentaba y tentó un recurso que creyó decisivo: escribió un artículo acompañado de varios modelos, impresos en el mismo diario, de las distintas formas de monedas de cobre usadas en otros países, cuyos ejemplares le fueron facilitados, según recordamos, por el señor don Pedro Lira.
Este artículo también era su último esfuerzo: para pagarlo le fue necesario empeñar su viejo reloj, que lo acompañaba desde su juventud y que no volvió a recobrar...
Nos trae a la memoria este caso al célebre químico que, agotados sus últimos recursos en una operación decisiva, repetida muchas veces, haciendo su última prueba y temeroso de un mal éxito por falta de combustible, arrojo al fuego su catre de madera; con la diferencia de que a éste, una vez acertado su experimento, le aguardaban la gloria y la riqueza, mientras que Harbin solo podía esperar, como sucedió, el olvido...
Poco después el Gobierno se decidió, por fin, a mandar sellar a Europa una cantidad de la mencionada moneda. Harbin habría dado como ya vivido el tiempo que había que aguardar. Por último, después de algunos meses, un día se le ve entrar al café, contra su costumbre, con paso apresurado y con un pequeño envoltorio que levantaba en alto sin pronunciar más palabras que: “¡Ya llegó, ya llegó!”, tirándolo sobre una mesa. Todos se apresuraron a desdoblarlo. Su contenido se reducía a dos monedas de cobre; fue todo el premio de sus sacrificios, un centavo y un medio centavo, nombre que se dio a esa moneda, sin corresponderle, por su valor intrínseco.



No sabemos de quien fue la culpa, pero al recibirse la primera remesa se cayó en cuenta de que el valor de la nueva moneda era casi doble del nominal. Esta ocurrencia obligó al Gobierno a darle más valor; de suerte que un peso lo formaban, en lugar de cien monedas de las grandes, sesenta y cuatro, y el doble de las chicas.
Tenían que pasar más de veinte años para que pensáramos en establecer el sistema decimal, rechazado aún par la nación más rica y comercial del mundo, la Inglaterra, y que, según la experiencia, aún no es comprendido por la generalidad en ninguno de los pueblos en que se ha establecido desde muy atrás.

En una de las obras de Proudhon hemos leído que las dificultades que ofrece este sistema nacen de que es contrario a la naturaleza, que no ejecuta ninguna de sus operaciones por el orden decimal. Esta observación la apoya en numerosos hechos que prueban lo que dice. Antes de Proudhon, Millin había dicho: “El sistema decimal es de tal modo vicioso, que sus denominaciones a veces significan lo contrario de lo que expresan”, etc.

No sobrevivió mucho tiempo el señor Harbin al costoso triunfo de su idea, y no hemos olvidado que murió sumamente pobre y sin haber merecido su memoria ni un triste recuerdo de la prensa. Conservó su carácter hasta sus últimos momentos. Pocos días antes de morir atravesaba la Plaza de Armas la carreta en que llegaba del campo, donde, aunque inútilmente, había buscado la salud. Al ver que se estaba colocando la fuente que ahora la adorna, hizo parar la carreta, y dirigiéndose al que ordenaba el trabajo, le hizo notar, con palabras burlescas, pero cariñosas, el disparate que se cometía, sobre todo por lo desproporcionado de la base, demasiado baja. Tenía razón: esta falta se corrigió más tarde, como todos lo hemos visto.


La carreta se dirigió en seguida...al hospital, donde murió Harbin. sin que lo libraran de esta desgracia la regular fortuna que trajo a Chile ni su honorable conducta. 


Imágenes:
*1/2 Centavo: Ira & Larry Goldberg Auctioneers. Subasta 10, lote 2452.
*1 Centavo: Heritage Auctions. Subasta 231127, lote 64046.

Bibliografía:
*Fontecilla Larraín, Arturo. 1941. Las monedas de Chile desde la conquista hasta hoy en día. Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Año VIII, Nº18, pág. 55-56.
*Zapiola, José. 1871. Recuerdos de 30 años. 

1 comentario:

  1. Como estas? he estado leyendo tu blog y me ha parecido muy interesante y me ha provisto de informacion sobre monedas. Quisera poder consultarte algunas cosas y enviar la foto de una moneda que estudie para un museo es de medio centavo de 1853. Algun correo donde pueda escribir para hacer las consultas?Muy buen trabajo !!

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